Transi

Entre la vida humana finita y la muerte, hay un momento suspendido en el que se pasa de una a la otra. Quienes son testigos de esta transición son los cuidadores responsables de realizar el tratamiento final. Limpian los cuerpos, los visten, peinan su cabello y los disponen en un reposo pacífico por última vez. Los cuidadores atienden a los fallecidos casi como si estuvieran vivos, un testimonio de un rasgo exclusivamente humano que ha existido a lo largo del tiempo y en todas las culturas. La realización de estos últimos rituales es una forma humana de demostrar la capacidad de enfrentar y abordar la mortalidad. En su libro debut Transi, Margot Jourquin documenta este instante liminal entre los dos reinos y las personas que preparan a los muertos para su entierro.

“Entro con el empleado de la funeraria en una pequeña habitación estéril en el sótano de un hospital. Está iluminada por luces de neón, el suelo es de linóleo. Hay camillas de metal, puertas de frigorífico de metal, herramientas de metal. La tapa del ataúd de zinc, tornillos, un soldador. Lo único que calienta un poco el ambiente es la presencia de telas. Sábanas blancas, almohadas, mantas decoradas. El empleado de la funeraria saca la camilla del frigorífico y levanta suavemente la sábana. Observo la escena a través del visor de la cámara. De hecho, me estoy escondiendo. Estamos aquí por la Sra. R., una anciana con cabello gris liso.

Poco después, cuando me quedo a solas con la Sra. R., empiezo a mirarla de verdad, sin centrarme ya en hacer fotos. Somos dos en la habitación, y sin embargo, estoy sola. No puedo comprender que esté muerta. Observo cualquier movimiento en sus manos o en las sábanas. Al mirar tan fijamente, tengo la sensación de que se mueven. Temo que pueda abrir los ojos. No me atrevo a darle la espalda. Ante algo que no puedo entender, estoy petrificada y paralizada.”
-Margot Jourquin